Todos los actos que quedan fuera del control de nuestra voluntad y que han sido reprimidos por vergüenza, por traumáticos y dolorosos, forman parte del inconsciente. Nuestra parte inconsciente, además, dirige el 97% de las acciones que realizamos diariamente, los procesos biológicos y químicos que equilibran nuestro organismo y nuestras funciones vitales. La respiración, la digestión y muchas actividades físicas que se nos pasan inadvertidas las realiza nuestro inconsciente. Podremos, por tanto, deducir que sólo el 3% restante lo hacemos de manera consciente y, por lo tanto, nuestra capacidad de elección y libre albedrío son realmente reducidas.
El inconsciente está alerta en cada momento a las señales corporales y las evidencias sensoriales que nos llegan del medio ambiente. Si las reservas energéticas del cuerpo bajan, el inconsciente dará una orden al cerebro para que genere la sensación de hambre y se pondrá en marcha para conseguir alimento.
El consciente no puede acceder de forma natural al inconsciente, el cual encierra una información preciosa e importantísima para la supervivencia. Tan solo podemos hacerlo realizando ejercicios de intracomunicación y trances como hipnosis, meditación, etc. La información que guarda el inconsciente es fundamental para comprender nuestras emociones y nuestras reacciones. Su inteligencia es ancestral y busca, en cada instante, la forma en la que manifestarse. Procura nuestro inconsciente, por sus propios medios, expresar lo que encierra y que puede perjudicar a nuestra propia psique.
Para Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, el inconsciente halla siempre la manera de comunicar lo reprimido o lo oculto. Lo hace en los sueños, en los lapsus, las intuiciones y a través de nuestro lenguaje. Por supuesto, la biología de nuestro cuerpo será otro medio de expresión del inconsciente y sus secretos.
Únicamente, cuando el mensaje sea consciente dejará de estar reprimido. De la misma forma que nos desahogamos al confesar algo que nos tortura, nuestro inconsciente dejará de sufrir cuando la represión salga a la luz. Para eso, previamente aparece el síntoma, esa señal de alarma que nos indica que algo no va bien en nuestro interior.
El sueño es la liberación del espíritu de la presión de la naturaleza externa, un desprendimiento del alma de las cadenas de la materia.
Sigmund Freud
Evidentemente, el lenguaje del inconsciente es totalmente diferente al de la mente racional, Es en cierto modo, un lenguaje codificado. La simbología y las metáforas que aparecen en nuestros sueños y en los momentos de trance se deben interpretar para comprender el mensaje del inconsciente y establecer una comunicación directa con él.
Esa parte oculta de nosotros tan sólo la podremos descifrar si transcendemos el contenido de su lenguaje de símbolos y comprendemos sus principios básicos. El trabajo de Freud con el psicoanálisis se basó fundamentalmente en el acercamiento a esta comprensión sobre el contenido del inconsciente del ser humano.
Para explorar el profundo océano del inconsciente, conseguir descifrar los mensajes que encierra y entender qué nos quiere decir su lenguaje imaginario, debemos tener en cuenta unos conceptos previos:
Para nuestro inconsciente, lo que ocurre en la vida real (observable) es igual de auténtico que lo que podamos sospechar que ocurre o lo que imaginamos. El inconsciente manifiesta las mismas reacciones ante lo que pueda suceder en la realidad que vivimos como ante lo que nuestra mente anticipa o recrea.
Del mismo modo que lloramos por una tragedia que estamos experimentando, lo hacemos por una historia estremecedora que nos cuentan. También nos sucede cuando vemos una película dramática, el efecto que causan a nuestro inconsciente es exactamente igual. El inconsciente reacciona ante la interpretación de la información que nos llega del exterior de modo que la emoción será la misma, esté sucediendo el hecho o no.
Por esta misma dinámica, las diferentes opciones que ofrezcamos a nuestro inconsciente para desbloquear un conflicto emocional las dará por válidas. Lo constatamos en el uso de métodos y terapias naturales como la Programación Neurolingüística, las constelaciones familiares, la psicomagia, etc.
No establece distinción entre el pasado, el presente y el futuro, todo está sucediendo ahora, en este preciso instante. Todas las experiencias grabadas en nuestra memoria son reproducibles y el inconsciente las siente como si las estuviésemos experimentando en el presente. Para el inconsciente el tiempo no es algo lineal como pudiera pensar el consciente. Es, al contrario, algo cíclico que está sucediendo continuamente.
Los traumas y los sucesos dolorosos que vivimos en la infancia los creemos olvidados. Continuamos viviendo con toda naturalidad pensando que aquello quedó superado e ignoramos que estos hechos se grabaron en nuestro inconsciente como aprendizajes útiles para nuestra supervivencia. Cuando nos exponemos a situaciones similares o algo nos recuerda el momento del sufrimiento, lo hacemos presente con la misma intensidad de miedo, de dolor o de angustia que vivimos la primera vez. Esto nos recuerda que el trauma en cuestión continúa activo.
Simplemente, reprimimos de manera consciente aquel suceso como medida de protección y, cada vez que nos enfrentamos a una situación similar, nuestro inconsciente activa las mismas sensaciones y reacciones para evitar sufrimientos ya conocidos. El inconsciente no tiene en cuenta si el trauma sucedió hace días, semanas o años.
Es imposible, por definición, que el inconsciente tome parte en la interpretación de los hechos ya que no está influenciado por la razón ni por el análisis. Decidir si algo es bueno o malo, bonito o feo, legal o ilegal es competencia de nuestra mente consciente. Nuestro inconsciente no se ajusta a razonamiento ni emite juicios, para él todo es tal como sucede porque no está sujeto a adoctrinamientos ni creencias, por lo tanto, es inocente.
Del mismo modo que no juzga ni determina si lo que recibe es correcto o no, tampoco distingue si es ajeno o externo. Es decir, el inconsciente percibe todo en sí, sin separación entre individualidades. Bajo este punto de vista es comprensible el sentimiento compartido entre personas con vínculos emocionales directos: a menudo sentimos el dolor ajeno como propio.
La proyección de nuestro inconsciente es la necesidad de atribuirle a los demás aquellos aspectos que queremos ocultar de nosotros. Esto ocurre porque el inconsciente no separa mi yo del resto de la humanidad, de modo que busca resolver un conflicto interno (este caso una represión) en las relaciones con los demás.
El inconsciente no es algo malo por naturaleza, es también fuente de bienestar. No sólo oscuridad sino también luz, no sólo bestial y demoníaca, sino también espiritual y divina – Carl Gustav Jung.
Para Freud, todas las emociones, los pensamientos, los deseos, y las experiencias que vive la persona forman lo que denominó el inconsciente personal o individual. Sin embargo, lo que ha sido bloqueado, reprimido u olvidado, va a ser inaccesible para la mente consciente, como hemos visto con anterioridad.
Estas memorias de carácter personal son, en cierto modo, condicionadas por lo que Jung llamó arquetipos, figuras simbólicas y mitológicas que perviven en un nivel más profundo del inconsciente, el colectivo.
Nuestro sistema social, moral, cultural y religioso subyace en este nivel, según Carl Gustav Jung, como el conglomerado de una parte del inconsciente que es común a toda la humanidad.
Sus arquetipos, esos modelos mediante los cuales el ser humano ha sustentado sus referentes religiosos y culturales, encarnan valores compartidos por los grupos sociales durante generaciones. Sin embargo, no sólo viven en nosotros si no que provienen del principio de los tiempos. Según Jung, el hombre ya nace con ciertos condicionamientos psíquicos y muchos de ellos se deben al inconsciente colectivo.
Estos símbolos universales, Jung los clasificó como estructuras primarias y, según él los manifestamos a través de nuestras experiencias personales:
Maria Törok, Nicholas Abraham, Jacob Levy Moreno y Alejandro Jodorowsky, entre otros, desarrollaron nuevas propuestas sobre un nivel intermedio entre el inconsciente individual y el inconsciente colectivo al que le llamaron inconsciente familiar o del clan.
Para Jorodoswky, principal defensor del concepto de inconsciente familiar, engloba el conjunto de memorias y mitos directamente relacionadas con la familia. Del mismo modo, el individual encierra lo reprimido y olvidado y el colectivo los símbolos comunes del grupo o la comunidad.
Cada familia o clan tiene su propia historia y sistema de creencias, lo que se ha venido llamando novela familiar. En la mayoría de ocasiones, el entramado de creencias e ideas generalizadas ha pasado a forma una superestructura de dogmas y tabúes comunes entre varias generaciones. Esta creencias profundas pesan en todo el sistema familiar como leyes no escritas que son necesarias cumplir para no ser excluido del clan.
El inconsciente familiar, que sustenta esta superestructura, refuerza la identidad de sus individuos desde la base de una historia familiar común. Solidifica el sentido de pertenencia al grupo del que todos son partícipes. Igual que sucede en el colectivo, el alcance del inconsciente es grupal aunque reducido a los límites del clan familiar.
Este inconsciente familiar extiende su influjo en muchas generaciones que se verán afectadas por sus traumas, recuerdos reprimidos, mitos y creencias. Lo que vivió un integrante de la familia tiene consecuencias, mediante el inconsciente familiar, en otros miembros de ella, hayan nacido o todavía no.
Todos los integrantes del clan recibimos la información inconsciente de enfermedades familiares, desgracias, traumas y conflictos vividos. El propósito implícito de transmitir este amplio registro de vicisitudes y acontecimientos (sean desagradables o no) es el de dotar a las generaciones futuras de mecanismos de defensa y protección que garanticen la supervivencia del clan, mantener su integridad y permitir su perpetuación.
Obviamente, la esencia del inconsciente familiar va a ser conservadora y rígida, aferrada a las tradiciones. Por esta razón, el clan castiga a los miembros rebeldes. Penaliza a los que se revuelven contra las normas establecidas en busca de la libertad propia en pro de la conservación de la familia. Cualquier intento de escapar de la “normalidad” y la mera exploración de lo desconocido por parte alguno de los miembros de la familia serán considerados riesgos para la supervivencia de todo el clan.
Por inmovilismo, se penalizan las iniciativas individuales del desarrollo de la conciencia, de adoptar hábitos y costumbres fuera de las establecidas por la tradición familiar.
En muchos casos, el comportamiento de un individuo al margen de lo admitido por el clan se contempla como una traición al núcleo familiar. En este plano, tenemos presente en nuestra memoria colectiva las figuras de la oveja negra, el repudiado, el desterrado, el marginado, etc…
El miembro de la familia que decide salir del círculo del dogma familiar debe elegir entre conservar la protección, la seguridad y la identidad que le proporciona el clan o ejercitar su ansia de libertad y abandonar el sentido de pertenencia.
La consciencia colectiva y los dogmas sociales nos avisan de los peligros que nos esperan más allá de las murallas de lo familiar y conocido. Continuamente nos inculcan que vamos a ser presa fácil si abandonamos el hogar y la protección de los nuestros.
No obstante, el espíritu emprendedor y las iniciativas valientes que desafían lo establecido son lo que enriquece a la sociedad y permite prosperar a la comunidad. El desafío del héroe por recorrer un camino diferente y el riesgo por conocer el territorio inhóspito son la base de la evolución humana.
Justamente, al contrario de lo que transmite la tradición, el miembro familiar que explora es un ejemplo a seguir. A largo plazo, el clan que se enquista en sus propias creencias, que no se renueva y se mantiene inflexible se dirige, inexorablemente, hacia su propia extinción.