Aproximadamente 220.000.000.000 de células, cada una con su función específica, forman el cuerpo humano. Tienen lugar en nuestro organismo 6 trillones de reacciones por segundo y todas conectadas entre sí.
Cada órgano, glándula y músculo ejerce simultáneamente una función diferente en un trabajo de colaboración espectacular. Se absorben minerales, se segregan hormonas, se desintoxican fluidos, se destruyen y reproducen microbios, se transporta oxígeno y nutrientes…todo en una perfecta armonía.
Mientras tanto, podemos hacer ejercicio, escuchar música, pensar, sentir calor y otras muchas actividades que nuestro organismo nos permite sin perder el equilibrio funcional con las tareas internas de nuestro cuerpo. Impresionante.
Ahora te hago una pregunta interesante: ¿De dónde o quién da la orden a todos estos elementos para que hagan su labor constante y eficaz?
Seguramente tu respuesta será: La orden viene del cerebro.
La máquina más potente y sofisticada que uno se puede imaginar es el cerebro. Lo componen más de 100 millones de células nerviosas o neuronas que establecen más de 10.000 conexiones simultáneas entre ellas.
Nuestro cerebro suele procesar 400 mil millones de bits de información por segundo de los cuáles sólo retenemos conscientemente 2.000 bits, el resto se desecha (aunque como veremos más adelante no es del todo cierto, si no que pasa al inconsciente). La actividad cerebral es incesante, al tiempo que procesa los inputs que llegan a nuestros cinco (más bien, seis) sentidos, genera pensamientos constantes y emite los mensajes a todo el organismo de las funciones que mencioné anteriormente. Menuda comptadora.
Piensa en la cantidad de información que la mente no graba, miles de millones de bits que quedan afuera. Además, nuestros sentidos (oído, vista, tacto, sabor y olfato) tienen ciertas limitaciones para captar algunas frecuencias de onda y sensaciones sutiles. En consecuencia, nuestra percepción del mundo es, en cada instante de nuestra vida, asombrosamente reducida.
Alrededor de 60.000 pensamientos son los que afloran a nuestra mente cada día, aunque dicen los estudiosos que el 95% de ellos que son repetitivos. Es decir, cada día los traemos de nuevo a nuestra mente consciente. Esta mente consciente está localizada en la parte prefrontal de nuestro cerebro, el neocórtex, la parte del cerebro más moderna hablando en términos cronológicos de la evolución humana.
También nos aseguran los expertos que el 80% de esos pensamientos son negativos. Sin duda, estos pensamientos nocivos, han sido condicionados por nuestros propios filtros que forman parte de lo que solemos llamar el software mental, compuesto por juicios, creencias, fantasías, temores, deseos, recuerdos, etc. Como vemos, parece ser que lo del vaso medio vacío es más común de lo que pensamos.
Si pocos de nuestros pensamientos son nuevos y además, de ellos apenas un puñado son positivos ¿quiere decir esto que nuestra actividad mental es inútil? En absoluto.
El cerebro, como hemos visto, es un perfecto y potentísimo ordenador que está diseñado para trabajar de forma completamente eficaz. Sencillamente tenemos que saber cómo hacer funcionar nuestra mente de manera óptima tal como lo hacen las zonas intermedias y posteriores del cerebro, el límbico y el reptiliano, las más antiguas.
Tal como explica el neurocientífico Idriss Aberkane en Libera tu cerebro: “A menudo se dice que solo utilizamos el 10 por ciento de nuestro cerebro. Es un mito; de hecho, se trata de un contrasentido evolutivo. ¿Qué significa ese 10 por ciento? ¿Un 10 por ciento de la masa cerebral? ¿De la energía consumida? ¿Del número de células? La evolución ha optimizado el cerebro; centenares de millones de humanos y de homínidos murieron durante el proceso de aguzarlo, y aunque sea asombrosamente flexible, plástico y adaptable, no se le puede añadir gran cosa” (…) Lo que sí es verdad es que no utilizamos todo el potencial del cerebro, al igual que no utilizamos todo el potencial de las manos: dirigir una sinfonía, pintar una obra maestra, fabricar un violón, romper un bloque de hormigón (…).”
Debemos aprender a usar nuestro cerebro para que nuestra vida sea lo más placentera posible y en esta sociedad, al menos en Occidente, todavía no es así. Sin ir más lejos, sólo tenemos que observar como gran parte de la población actual adolece de problemas emocionales, ansiedades, estrés y depresión. Todos estos trastornos, además, se dan mayoritariamente en países ricos, lo que nos hace pensar que no están precisamente relacionados con la escasez de alimento ni servicios mínimos para la subsistencia.
No parece que estos problemas se estén reduciendo en el mundo avanzado, es más, los médicos detectan un aumento de enfermedades mentales ocasionadas por los efectos de la crisis económica, la competitividad y la deshumanización. Cierto es que la religión, la educación y la política han contribuido en gran manera a que lleguemos a este punto de crispación y conflicto entre personas del mismo colectivo.
Por otro lado, hablar del cerebro no es lo mismo que hablar de la mente. El cerebro en sí es el músculo alojado dentro del cráneo que contiene la mayor parte de neuronas de todo nuestro cuerpo y al que se le atribuye la mayor parte de los procesos mentales. La ciencia ha demostrado que otras partes de nuestro cuerpo contienen neuronas similares a las cerebrales que cumplen funciones fundamentales en el organismo como el sistema nervioso central y el corazón.
La Programación Neurolingüística de tercera generación, a partir de los modelos desarrollados por Stephen Gilligan, Robert Dilts y Judith DeLozier, considera la mente en una visión tridimensional: cognitiva, somática y de campo. Este enfoque, como veremos a continuación, integra los niveles racional, emocional, corporal y espiritual como partes de un todo indivisible y que interactúan de forma holística y armónica.
Es la que atribuimos normalmente al cerebro, de ella dependen nuestras hbilidades intelectuales y la capacidad para razonar, lo que nos distingue del resto de animales.
El filósofo griego Aristóteles nos hablaba de numerosos conceptos que tenían que ver con la mente cognitiva (de cognoscere=llegar a saber) y que él las relacionaba con actividades de la psique: la resolución de problemas, la percepción del tiempo, la memoria, la imaginación, el procesamiento del lenguaje, etc.
Es la mente que se encuentra dentro de nuestro cuerpo (soma=cuerpo) y se trata de nuestra inteligencia fundacional, la propia de los mamíferos y los niños pequeños.
Cuando hablamos de corazonadas, odio visceral y nudos en el estómago, hacemos referencia al tipo de inteligencia que subyace en nuestro cuerpo. A través de las sensaciones sentidas se expresa nuestro organismo y utiliza una estructura mejor organizada y más rápida (y no filtrada) que el pensamiento cognitivo. Está en contacto directo con la vida y el presente.
Contamos, además con dos cerebros adicionales en nuestro cuerpo:
Se denomina cerebro entérico o sistema nervioso entérico. Cuenta con 100 millones de neuronas que rodean el intestino grueso y algunos órganos digestivos y es igual de complejo que el cerebro de un gato.
Gestiona prácticamente el sistema digestivo, el intestino delgado y el colon. Según algunos estudios importantes, juega un papel esencial en la salud y la felicidad del ser humano.
Esencial para la supervivencia, sus funciones tienen que ver con la nutrición, la sensación de seguridad, la voluntad y el poder.
Otro gran circuito nervioso rodea la zona cardiovascular y parece que puede funcionar independientemente del cerebro craneal. Los neurocardiólogos aseguran que tiene capacidad propia para recordar, aprender y recibir emociones y sentimientos.
Contiene unas 40.000 neuronas que detectan las hormonas y los neurotransmisores. Registran, a su vez, el ritmo cardíaco y los niveles de presión. Se comunica con el cerebro craneal a través de la columna vertebral y el nervio vago.
Controla la circulación sanguínea, los latidos de corazón. Tiene que ver con nuestra calidad de vida y nos previene de algunos peligros, emocionales y sentimentales.
Este tipo de mente, de reciente definición, viene a ser un tipo de espacio o energía producido por las relaciones e interacciones que se dan dentro de un sistema de individuos. Todos los seres humanos tenemos la sensación de formar parte de un sistema mayor, esta especie de “campo relacional” nace de las interacciones entre nuestro sistema nervioso y el de las otras personas, formando una especie de sistema nervisoso colectivo más extendido.
Rupert Sheldrake, propone el nombre de “campo morfogenético”. Para Jung, enlaza que el “inconsciente colectivo” y Hellinger sugiere el concepto de “campo sistémico familiar”. Esta noción de campo y mente de campo conectan claramente con lo que a lo largo de la historia se ha venido conociendo como “experiencia espiritual”.
Cabe señalar, que las mediciones científicas sobre las frecuencias vibratoriales humanas han ido perfilando un alcance considerable de las ondas electromagnéticas del corazón, lo que confirma la existencia de un campo energético alrededor de cada persona (ver los trabajos de Gregg Braden). Indudablemente, si hay energía dentro de nosotros y en nuestro entorno, también hay información.
Estas tres mentes, la cerebral, la corporal y la espiritual, interactúan entre sí, intercambian información y llevan a cabo un ciclo de flujo energético continuo que es la clave de nuestro frágil equilibrio personal.
El propósito del despertar de la consciencia es revelar, a través del autoconocimiento y la autoobservación, el funcionamiento de nuestra mente, los programas que nos condicionan a distorsionar la realidad. Se trata de reconectar con nuestros recursos internos después de liberarnos de las limitaciones adquiridas o heredadas para sintonizar con nuestra identidad auténtica.