Normalmente definimos la enfermedad como la falta o el deterioro de la salud. Pero, ¿qué es la salud concretamente? ¿estamos o somos sanos normalmente? ¿cuándo podemos afirmar que estamos enfermos o nos falta salud?
Cuando nos encontramos mal o nos diagnostican una enfermedad nos sumimos en el desánimo. Creemos, cuando esto sucede, que no vamos a superarlo. Nos parece que es una fatalidad que acabará con nuestra vida y recurrimos de inmediato a buscar la ayuda de un especialista médico. Es una reacción completamente lógica y humana.
En muchas ocasiones, lo que sufrimos son pequeñas dolencias o trastornos que merman nuestra salud y nos perjudican física y emocionalmente. Por supuesto, estas dolencias nos inquietan porque impiden que tengamos una aceptable calidad de vida.
Lo habitual en estos casos es que relacionemos el origen del daño con elementos de nuestro entorno para encontrar así una lógica real de causa/efecto y poder acceder al remedio indicado científicamente para su tratamiento. Por ejemplo, deducimos que una bacteria se ha introducido en una herida cuando se infecta y se inflama. Esta relación entre el agente causante y la reacción está clara y demostrada científicamente.
Supongamos que un día notas que tu piel comienza a descamarse, sientes picores y en tus hombros se acumula, de vez en cuando, una pequeña cantidad de caspa que cae de tu pelo. Probablemente, comenzarás a pensar que algo del ambiente te afecta, el sol, al aire, la humedad. Quizás pienses que el champú que utilizas no es el adecuado o algo ha fallado en tu alimentación. Todo esto tiene mucho sentido porque estamos acostumbrados a culpar a un elemento externo de lo que nos sucede. Lo hacemos en lo que respecta a nuestros sentimientos y nuestro estado de ánimo aunque también en lo que afecta a nuestro organismo, así nos han enseñado la ciencia tradicional y la medicina alopática.
Pero, ¿te has parado a reflexionar sobre la idea de que tú hayas estés generando la descamación de tu propia piel? ¿Te has detenido a pensar porqué te sucede a ti y a tu pareja o a tus hijos no?
Las respuestas están en tu inconsciente, como la mayor parte de las soluciones a los problemas a los que el ser humano se enfrenta a diario. De hecho, el desencadenante de la enfermedad puede ser muy diferente al que sospechas y que buscas en el medio ambiente. Te animo a indagar en este sentido.
La enfermedad pasa por varias etapas desde su primera manifestación leve hasta la gravedad. Todos estas etapas vienen acompañadas de síntomas y reacciones del organismo para combatirlas hasta que tiene lugar el desenlace final: curación o muerte.
A partir de este planteamiento podemos decir que la enfermedad ya es un síntoma en sí misma. Es el síntoma de que algo desconocido ha alterado el organismo y que lucha con todos sus medios por sobrevivir. Éste es el sentido biológico de la enfermedad hablando de forma general.
Toda dolencia y enfermedad posee ese carácter funcional de adaptación al entorno. Cumple el propósito de vencer los problemas que acechan al ser vivo y permite su evolución. Superar la enfermedad implica fortalecer nuestro organismo y dotar a nuestro cuerpo de mejores recursos para futuras amenazas. Biológicamente hablando es, en sí, una solución.
Ahora bien, cada enfermedad, igual que tiene su proceso sintomático propio, diferentes reacciones y repercusiones en el cuerpo, también tiene su particular desencadenante que la origina. Actualmente, se viene demostrando que se trata de algún elemento básicamente emocional. Disciplinas tan antiguas como la medicina china, entre otras, parten de la base de que las emociones mal gestionadas provocan el desarrollo de un trastorno en el ser humano a otros niveles: en el físico y en el mental. Además, cada emoción viene relacionada con un órgano con el cual interactúa y acaba afectado si no se afronta a tiempo y de forma adecuada. Los riñones, por ejemplo, están vinculados a la emoción del miedo.
Muy pocas enfermedades están ocasionadas por factores externos a nosotros y, si ocurren, es porque nuestro organismo, generalmente influido por un estado anímico concreto, se ha visto indefenso o desprotegido ante la amenaza. O sea, si buscamos el origen primero nos acabamos encontrando con una alteración emocional que ha debilitado nuestro sistema inmunitario y ha “permitido” la entrada al agente desencadenante.
Un aspecto interesante para explorar es el de la aparición de la enfermedad como medio para solucionar asuntos que superan nuestra capacidad de comprensión, es decir, para reparar problemas graves y disfunciones de nuestra psique que, de forma natural y con nuestros recursos conscientes, somos incapaces de reparar.
Sobre el año 1983, vio la luz un libro titulado: La enfermedad como camino, escrito por Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke. Se trata de un libro sobre el enfoque psicosomático de la enfermedad y que explica el significa su existencia desde un punto de vista psicológico.
El libro marcó un antes y un después en el paradigma occidental sobre la enfermedad y abrió un campo de amplias posibilidades por sus incómodas
opiniones y discrepancias sobre la medicina clásica. Es interesante su original planteamiento sobre que el ser humano no se pone enfermo si no que “lo es” de manera natural, o sea, que expresa mediante la enfermedad lo que reprime y oculta emocionalmente. A través del libro se pusieron en cuestión creencias anteriores sobre la salud a raíz del planteamiento de que es imposible localizar el origen real de la enfermedad desde el punto de vista cronológico. Para los autores, entre otras teorías, queda claro que el desencadenante de la dolencia es puramente emocional.
Desde entonces, expertos de la medicina como el Dr. Hammer y Salomon Sellam han demostrado con su experiencia y sus estudios estas teorías. Hoy es aceptada por la gran parte de la comunidad médica la perspectiva de que muchas enfermedades son ocasionadas por la mente del paciente y, lo que es más alentador, que su propia curación también.
Los escáneres craneales, constatan la existencia de puntos concretos, llamados focos de Hammer que representan las zonas del cerebro que reciben el impacto de un shock emocional y que envían señales nerviosas a partes concretas del cuerpo para activarlas: órganos, tejidos, articulaciones, etc. Su finalidad es, desde una perspectiva adaptativa, la de poner el cuerpo en marcha para solventar el estrés emocional del paciente. Si el shock es reprimido, es decir, no expresado ni liberado, la activación corporal se convierte en permanente e intensa. En el caso de que no se solucione de forma efectiva, con el tiempo, provoca el deterioro de estos tejidos u
órganos dando lugar a enfermedades.
Ya hace mucho que el psiquiatra vienés Carl Gustav Jung nos hizo llegar arriesgadas afirmaciones como que “La enfermedad es el esfuerzo que hace la naturaleza para curar al hombre”.
Muchos somos conscientes de que evitamos expresar según qué sentimientos y callamos por miedo, vergüenza o por impedimentos sociales. Los sentimientos negativos que reprimimos son perjudiciales para nuestra psique, de manera que nuestro cuerpo tendrá la necesidad de expresarse para que, de una forma u otra, pueda hallar la solución al sufrimiento interno.
Si nuestro consciente ignora el mal de nuestra alma y no se esfuerza en erradicarlo, lo hará nuestro inconsciente de la forma que conoce y es reproduciendo un trastorno del organismo, dolencia o enfermedad. Paradójicamente se trata de un caso de pura supervivencia.
En definitiva, la enfermedad es el medio para nuestra curación y no el fin de la vida.
El propósito de esta nueva medicina es conocer el significado biológico de las enfermedades y su relación con nuestras emociones para tomar consciencia de lo que sucede en nuestro interior y hallar la solución que el cuerpo espera.